Nosotras

Nosotras es una serie fotográfica que evoca, a través de paisajes y retratos, los recuerdos e historias familiares de tres generaciones de mujeres. Sus vivencias son mostradas a través de fragmentos de sus memorias, mismos que acompañan las fotos, con la idea de visibilizar ciertos problemas de género y violencia que todavía son normalizados en nuestra sociedad.

C
Un paisaje que es lo que no es

Un paisaje que es lo que no es.

Mi abuela me contaba acerca del pueblo en el que vivió durante su infancia; del campo, del río que crecía en ciertas épocas del año, de la siembra, de las minas de oro, de las coronas de flores. Me imaginaba que ella corría en un campo similar al que visité cuando era muy chica, lleno de caballos, flores y árboles frutales. Reconstruí en mi imaginación infantil la representación de un lugar en base a lo poco que conocía y sabía del campo. Con el paso del tiempo, mi abuela fue compartiendo más detalles conmigo, ya no solamente de su infancia, sino de su juventud. Entonces fui adaptando las imágenes en mi memoria; ahora sabía algo acerca de las situaciones que vivió con su familia. Reconstruí en mi cabeza un pueblo en el que las imágenes ya no eran tan verdes y luminosas; eran, por el contrario, un poco nebulosas y abrumadoras, apenas con unas cuantas flores, muy similares a las que vi en un pueblo abandonado que visité y retraté antes de conocer, junto a ella, el pueblo de Zacatecas que habitó desde su nacimiento en 1928 hasta 1940: Santa Rita. Es decir: Este paisaje no es Santa Rita, no es el pueblo donde vivía Lola, mi abuela. El paisaje corresponde al de un pueblo deshabitado, cuyo nombre no recuerdo. Pero los demás paisajes, aunque sí fueron fotografiados en el territorio del pueblo, no dan cuenta del lugar que ella habitaba. En mi memoria existe la reconstrucción de un paisaje muy similar a este, que, aunque imaginario, podría ser uno más de los paisajes que refieren al lugar del que me hablaba mi abuela. Si hago notar que este paisaje es lo que no es, ¿quizá llegará a serlo?

El pueblo

El pueblo

Relato de mi abuela I Se llevaron a mi mamá para casarse cuando ella era muy joven. Decía que todavía no se quería casar, pero mi papá se la llevó. A las jovencitas las pedían para casarse y ya acercándose la fecha iban por ellas, pero mi papá no respetó y fue por ella antes de tiempo. Se la llevo en un caballo cuando iba por el campo con mi abuelita. La depositó con un familiar. Así se le decía cuando las dejaban en una casa mientras se casaban. Ella todavía no cumplía 15 años cuando se casaron. Sus papás le dijeron que si no quería, pues no se casara, pero ella contestó que él ya la había abrazado. Si un hombre te llevaba, todo el pueblo se enteraba.

La casa

La casa

Relato de mi abuela II Cuando mi mamá me quitó el pecho me mandaron con mi abuelita y ahí me quede viviendo. Yo estaba a gusto porque me consentían mucho. Pero cuando se murió mi abuelita y regresé a la casa, no estaban acostumbrados a mí. Me mandaban a cortar los nopales, a llevar el nixtamal al molino, cosas que no hacían mis hermanos, porque yo era la segunda más grande y porque cuidaban a mi hermana mayor —que era muy blanca— de que no le diera el sol. Mi mamá me golpeaba mucho, pero ya después no me golpeó nadie. Mi mamá lloraba muchísimo, mi papá era muy golpeador. Le pegaba que por si había estado con otro en su ausencia. Cuando se fue siguió llorando por él; se la pasó llorando toda su vida. El nomás no regresó a la casa. Yo hubiera dicho ay, qué bueno que se fue ese ingrato que me golpeaba, pero ella no. Yo veía cómo la golpeaba, claro, yo y mi hermana más grande y ni modo que la defendiéramos, estábamos chiquillas. Nos hubiera pegado a nosotras también. Mi papá se fue con otra mujer, con otros hijos. Un día le dije a mi hermana, ojalá y no se hubiera ido mi papá, ella dijo, si no se hubiera ido nos hubiera pegado igual que como golpeaba a mi mamá, nos habría llenado de golpes cuando tuviéramos novio y dije, ah, pues entonces qué bueno que nos hayamos consolado nosotras solas.

Adios

Adiós

Relato de mi abuela III Cuando yo tenía unos doce años, mis hermanos y yo nos quedamos solos con mi padrino Jesús. Nos quedamos viviendo ahí porque a mi hermana se la robaron y por eso se tenía que ir mi mamá con ella a la ciudad, a Aguascalientes. Por eso mi padrino les dio dinero para que se fueran. A mi hermana la habían tenido depositada porque un hombre viejo quería casarse con ella; él ya había tenido 3 mujeres, tenía hijos ya grandes y nietos grandes. Mi mamá no quería que eso pasara, habló con el sacerdote que iba a casarlos y él le dijo a mi mamá que se fueran. El hombre se había casado al civil con mi hermana, había pagado para que los casaran. Dijo que ella tenía 20 años, pero tenía 15. Para entonces ya le habían mandado a hacer vestidos de novia para la boda religiosa. Antes de que la quisieran casar se fueron junto con mi hermana la más chica, que todavía estaba en brazos de mi mamá. Amenazaron con que por venganza me llevarían a mí, en lugar de a mi hermana. Cuando mi padrino supo avisó a mi mamá, que ya estaba allá, para que nos esperara en la estación de tren. No sé cuánto tiempo pasó y nos llevó a Zacatecas a mí y a mis hermanos más chicos, para tomar el tren que llevaba a Aguascalientes. Llegamos allá a trabajar desde chicas, para ayudar a mi mamá a pagar el cuarto donde nos quedamos. Mi padrino le dijo que le cambiara el nombre a mi hermana y le pusieron Leonor. Un día vi a unas mujeres que el hombre había mandado para buscar a mi hermana, yo las conocía y cuando me di cuenta me escondí. No me vieron. Para eso, yo no sabía que habían matado a mi padrino. Cuando supieron que nos fuimos fue cuando lo mataron. Le dieron a traición. Lo mataron a balazos por la espalda cuando estaba en su casa. Él tenía su novia, se iban a casar. Cuando supe que se murió mi padrino yo lloraba, lloraba, lloraba y lloraba. Nos enteramos porque una prima de mi mamá le escribió. Llorábamos todas juntas. Mi mamá le dijo al sacerdote que la culpaban a ella. Él le dijo que no estaba en ella que lo hubieran asesinado, que de haber sabido lo que iba a pasar, de seguro hubiera hecho que su hija se casara con ese viejo.

Dolores

Dolores

Relato de mi abuela IV Mi hermana se cambió el nombre de Paula a Leonor; yo antes me llamaba Teodora. Dolores fue el nombre que me puse, pero todos siempre me han dicho Lola. En Aguascalientes, ella y yo trabajábamos para comer y para que mi mamá pagara la renta de donde vivíamos. Mi mamá también trabajaba lavando ropa ajena o haciendo comida. Rentamos un cuarto porque no teníamos para pagar una casa. Tuve un novio antes de casarme, pero yo lo había terminado porque él era maestro y yo ni siquiera había ido a la escuela. A mí me gustaba más el campo, ir a sembrar maíz, frijoles y no asistí de chica al salón de clases. Mi hermana grande y yo íbamos a la escuela nocturna, cuando trabajábamos en Aguascalientes, íbamos a aprender, a leer y a escribir. En la ciudad fue donde conocí a mi esposo, José, lo conocí porque él también trabajaba por ahí, era carpintero. Iba a tomarse su refresco adonde yo trabajaba. Un día me preguntó ¿la acompaño? y como yo no tenía novio, me acompañó. Era más grande que yo, decía que ocho años más. Duramos creo que un año de novios. Nos casamos en el templo de San José. Carmen, la hermana de él, era modista y me hizo el vestido. Su hermano que era padre nos casó. Después de casarnos me embaracé y perdí a mi primer bebé, Juan. Sufrí mucho. Si me hubieran hecho caso de que me llevaran… aunque ellos no sabían nada y yo tampoco, porque era el primer bebé. Nos fuimos a Ojuelos a vivir, él consiguió un trabajo allá. Rentamos una casa. Pusimos un restaurante en lo que era la sala de la casa, hizo unos banquitos y ahí vendía comida y llegaban a almorzar. Cuando nos fuimos de ahí fue porque José tomaba mucho y tenía muchos amigos que tomaban con él, se acababan las cervezas del negocio. Un día dije, ya me enfadó este borracho y agarré a Alejandro que era el que tenía chiquito para irnos, porque resulta que vi a una amiga y a su esposo, que eran vecinos, y me preguntaron si no quería ir a Aguascalientes porque ellos iban para allá. Agarré unos trapitos del niño y nos fuimos; allá llegué con mi mamá. A José nomas se le quitó la borrachera y se fue a Aguascalientes por nosotros, pero en Ojuelos dejó todo. Le dije ¿y todo lo que dejaste allá? Los muebles, las herramientas y todo lo que yo tenía de mi restaurante ahí se quedó también. Él encontró trabajo de nuevo en la ciudad, pero pasó un tiempo. Nació mi primera hija, mi segundo y tercer hijo: Carmen, Jorge y Jesús. Nos fuimos a vivir a la ciudad de México, en Mixcoac. Ahí trabajé en una fábrica de lámparas —me pagaban para que las armara—, pero pagaban muy poquito, pagaban centavos y José seguía emborrachándose, por allá en las pulquerías que había lejos de la casa. Me decía el dueño de las lámparas que allá estaba mi esposo roncando y yo ahí trabajando. Trabajaba yo enfrente de la casa, dejaba ahí a los niños encerrados, le ponía llave para que no se salieran, pero de todos modos los más grandes encontraban la forma de salirse a jugar. Había veces que teníamos que ir por José, porque si no llegaba a la casa sin dinero. Yo llevaba comida y nos íbamos a San Ángel, porque por allá trabajaba él y el sábado que le pagaban yo le decía nos venimos para que les des a los muchachos su vueltecita, pero era para que nos rindiera el dinero. Yo tenía un compadre y me decía sáquele el dinero antes de que se lo gaste, pero había veces que ya llegaba sin él. Ahí en México nacieron tres hijos más: un hombre, Gerardo y dos mujeres, Socorro y Martha. Vivimos unos 7 años ahí, pero México era muy grande y mis hijos estaban creciendo; pensaba, se me van a perder y no voy a saber en dónde (era en el tiempo que estaban escarbando para hacer el metro). Aparte no nos ajustaba el dinero con lo que ganaba y con lo que se gastaba José; nos pedían dinero para la renta de la casa, pero no teníamos. Entonces fui al IMPI, que era como el DIF de ese entonces y les dije que tenía un problema, así que me dieron para los pasajes de regreso a Aguascalientes. Dije, total, ya nos vamos, este hombre ni da dinero. Eché mis trapos en unas bolsas que había grandotas, que traía de la fábrica y entonces metí la ropa de los muchachos. Pero allá se quedaron los muebles, todo se quedó. Le dije ahí quédate tú, tú tienes tu taller, nos mandas un dinerito, ya de aquí nos vamos, pero apenas llegamos a Aguascalientes nos alcanzó él. Llegó con unas pocas herramientas, lo demás todo lo dejó. De regreso, otra vez en Aguascalientes, pasamos de una casa a otra, porque no pagábamos la renta a tiempo; mis hijos estaban creciendo y trabajaron desde chicos, pero pues no tanto para con eso ayudarnos a pagar al casero. Además todos estudiaban. Pero su papá se iba a las cantinas después del trabajo y llegaba con los forros del pantalón para fuera. Total que tenían que trabajar los muchachos. También nos ayudaban mis hermanas y mi cuñado (cuando podían, porque ellos también tenían muchos hijos). En Aguascalientes tuve a Pilar, la última de mis hijas y después, al poco tiempo, nos vinimos a vivir a Guadalajara.

Generaciones

Generaciones

Abuelas, hijas, hermanas… Mujeres. Cuando nos vamos de nosotras mismas, ¿a dónde volvemos? Nos hicieron creer y crecer entre cerrojos y habitaciones sin ventanas. Nuestra historia no se creó para ocupar las calles y sembrar de flores los caminos. En nosotras, nuestros cuerpos fueron cárcel y castigo. Condenadas al exilio, fundamos nuestras ciudades interiores. En tierra árida, coronas de espinas cubrieron la memoria. De a poco, las cicatrices cobraron nombre, la esperanza tuvo voz. Refundamos la vida en cerros y llanos. La tempestad nos dio la fuerza, como una pared de adobe. De lodo y barro se rodeó nuestro nacimiento. No somos la costilla del hombre, ni la sombra de la mano de Dios. Mujeres somos, no fuimos paridas para parir. No fuimos traídas al mundo para servir. Cuando nos vamos de nosotras mismas, ¿qué perdemos? Nos apropiamos de la forma del agua al nacer, una fuente de oleaje nos fue dada. No nacimos para cargar la cruz, ni para soportar milagros. Torrentes de vida están en nuestros cuerpos, se cría la esperanza de mejores mundos que vendrán. Nuestra herencia ya no será la abnegación y la desesperanza. Siendo abuelas, ocupamos el papel de la sabiduría; siendo hijas recobramos la fuerza arrebatada; como hermanas, construiremos el nuevo mundo por andar. Nosotras, que mujeres nacimos, que libertad somos, no seremos más a semejanza del hombre. Cuando nos vamos, ¿en qué mujer nos convertimos? No nos volverán a imponer un mundo que no sea elegido por nosotras, ni una vida apegada a las costumbres. Isabel Gutiérrez.

La culpa

La culpa

Tengo la culpa, dijo mi mamá, lamentándose por haberme dejado libre, por no imponerme tantas restricciones y ataduras como hicieran falta para alejarme de un dolor que ella también vivió, que vivimos tantas. Pero la culpa no está en mí por ser libre y no está en ella por haberme dejado serlo, la culpa no está en las mujeres libres, la culpa es de quienes acosan, violan, denigran, maltratan. Nosotras no, no cargamos con la culpa, cargamos con las consecuencias. Seguimos viviendo con ello, sanando y pensando: ojalá ellas no, otras no, no vivan lo que yo, que tengan otra suerte, que no teman a su libertad.

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Fortaleza

Hubo un tiempo en el que fui volar de pájaro, pero alas rotas me quitaron mi vuelo. Hubo un tiempo en el quise ser flor, pero un pétalo no sobrevive siempre. Entonces entendí que tenía que ser cuerpo, aprender con el dolor y la herida qué es vivir. Que tenía que ser espíritu y alma, aprender a calmarme y tener valor. Con calma descubrí cómo ser fuerza, luchando logré salir de un hoyo sin sol. Nunca tuve la esperanza de llegar adonde estoy, pero siempre caminé a paso firme. Alguna vez quise ser árbol y dar sombra, pero también las hojas se cansan de tapar el sol. Mientras conozco mi andar humano, aprendo que por dentro soy follaje y animal; así hago que mi existencia sea más liviana en esta tierra. Isabel Gutiérrez.

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Flores para mi madre

Flores para mi madre

Flores para mi madre, para aliviar la desesperanza ante el abandono de su padre. Flores y más flores para mi madre, para aliviar el dolor por la pérdida del ser que de niña más amó. Rosas, geranios y azucenas para mi madre buena, que tuvo que arduamente trabajar. Flores y más flores para mi madre, para olvidarse de la infelicidad, de la irresponsabilidad, de la indolencia de nuestro padre. Rosas, claveles y dalias para perdonar esos, los dolorosos recuerdos. Nardos, gladiolas, violetas para liberar el corazón de las ofensas. Carmen García.

Una historia propia

Una historia propia

Mi abuela se ríe de que algún día quiso ser cantante, se ríe como si nunca se hubiese escuchado a sí misma. ¿Algún día me reiré de mis expectativas y sueños? Aún ahora, las mujeres seguimos dudando de nosotras; solo nos sentimos hermosas cuando vemos una foto de años atrás, solo recordamos que éramos felices cuando nos sentimos tristes, solo nos sentimos valoradas cuando alguien nos lo dice, fuertes cuando alguien nos lo reconoce, protegidas al tener a un hombre o un arma, amadas por otros y no completamente por nosotras mismas, tenemos tantas exigencias y reclamos hacia otros y hacia nuestra propia persona. Ojalá tomemos el camino que queremos, que no reprochemos a nadie el habernos impuesto un rumbo, que la senda que sigamos y las decisiones que tomemos sean por respetar nuestros ideales.